Las
ocho elecciones consecutivas que ha perdido el gobierno en diferentes
provincias en este año, no hacen más que plasmar en las urnas el
hartazgo de la mayoría de los habitantes del país respecto al gobierno
de la Alianza Cambiemos (PRO-CC-UCR), encabezada por el corrupto lavador
offshore Mauricio Macri, cuyo
desbarranque es irremontable. Ya no sólo Macri es el repudiado por las
mayorías populares, sino toda su banda: por el agujero negro que produjo
con sus nefastas políticas arrastra a sus cómplices Vidal, Larreta,
Peña, Carrió y cía.
Pero el desbarranque que evidencia la realidad no es sólo del oficialismo: si alguna vez –en sus comienzos- el FIT se constituyó en el centro de atención de toda la izquierda por un supuesto potencial aglutinador, está claro que ese armado entre cuatro paredes de tres direcciones partidarias está también en franca e irreversible decadencia. La propia dinámica del Frente, su autoproclamación y sectarismo sumados a un discurso apenas reformista y a una estrategia que gira en torno a lo electoral, ha generado que no sólo la mayoría de la militancia de la izquierda revolucionaria lo rechace o se distancie de manera creciente, sino que la clase trabajadora lo ignore o le sea esquiva en su inmensa mayoría.
Y eso que ha cosechado el FIT, le ocurre al resto de la izquierda, electoralista o no. La que centra sus políticas en lo electoral produce vergüenza ajena peleándose entre sí por el 2 ó el 3% de los votos y algún puestito en algún espacio legislativo. La que rechaza las urnas, muchas veces por “principios” que nada tienen que ver con el leninismo, dividida en incontables grupos y grupúsculos, también autoproclamada y sectaria, se constituye en factor de impedimento de la imprescindible construcción de la herramienta revolucionaria coherente, madura, potente, legitimada ante las masas.
Es indudable que hay que volver a empezar, es indudable que hay que comenzar a construir sobre tierra arrasada.
Algunos dirán que lo que se propone desde estas líneas es apresurado, dado que aún faltan concretarse procesos eleccionarios en varios distritos y, sobre todo, a nivel nacional. Creemos que no: el fracaso de la izquierda electoralista está en su concepción de origen, pues toda su política gira alrededor de las urnas cuando ninguna revolución se concretará por esa vía, a la que debe tomarse como meramente táctica. Además, esa estrategia obliga a aggiornar el discurso, pues lo que se buscan son votos, no concientizar contra el capitalismo y a favor del socialismo. Como si fuera poco, con esa política claudicante, logran el 2 ó el 3% de los votos posibles del padrón.
Hay que construir otra cosa
Si de verdad el objetivo de todo revolucionario es “hacer la Revolución”, entonces la obligación de todo revolucionario es crear la herramienta que pueda llevar a cabo tan faraónica tarea, que es la de guiar a la clase hacia la toma del poder, para lo cual debe legitimarse ante ella. Una herramienta semejante debe aglutinar a todos los que tienen ese objetivo. La realidad nos indica que los revolucionarios hoy y desde hace décadas venimos haciendo exactamente lo contrario, construyendo sellos, grupos y grupúsculos que compiten entre sí, al peor estilo de lo peor que produce la cultura burguesa. Y terminamos siendo marginales (no sólo del sistema, sino de la clase), insignificantes y funcionales al sistema de explotación. Para cambiar la historia debemos cambiar nosotros, y eso implica terminar con la autoproclamación, el sectarismo y la división permanentes. Implica debatir políticas sin creernos los dueños de la verdad, defendiendo lo que pensamos pero admitiendo que nuestros interlocutores tienen derecho a decir lo que piensan y pueden tener razón en lo que se discute. Implica ser tolerantes con quienes comparten nuestros mismos objetivos, aunque propongan caminos diferentes.
Por todo lo antedicho, creemos imprescindible autoconvocarnos todos los revolucionarios para construir, sino la herramienta necesaria, la perspectiva para poder hacerlo. No será fácil terminar con años de intolerancia y desconfianza. Pero es nuestra obligación llevarlo a cabo.
Para ello, proponemos algunos puntos que sirvan como disparadores:
- Reconocer el fracaso de todas las organizaciones revolucionarias para instalar la idea de la necesidad del cambio social de raíz en nuestra sociedad y particularmente en nuestra clase, a pesar de que las condiciones objetivas están dadas y hubo momentos de ruptura (como el 2001).
- Por lo tanto, es necesario darnos el imprescindible debate acerca de cómo continuar la lucha, entre todos los que tenemos como objetivo la Revolución, el Socialismo y finalmente el Comunismo.
- Nuestro enemigo es la burguesía y nunca un compañero de lucha que propone un camino diferente al nuestro.
- Acordar puntos a llevar a cabo en común, más allá de respetar las identidades de cada corriente y el derecho a desarrollar sus lineamientos fuera de los puntos de acuerdo. Uno que creemos fundamental es la Autodefensa y un Comando Único para las movilizaciones. También podría desarrollarse una Mesa de Coordinación que tenga atributos para comunicarle a la sociedad los análisis y resoluciones que allí se acuerden.
La historia de la humanidad nos enseña que ningún cambio revolucionario ha sido posible sin engendrar dentro del sistema que se quiere destruir y reemplazar, los atributos del nuevo Estado que se quiere implantar. Es hora de asumir esa tarea con coherencia e inteligencia, desandando décadas de dislates que sólo terminaron siendo funcionales a los intereses de los explotadores que decimos combatir.
Pero el desbarranque que evidencia la realidad no es sólo del oficialismo: si alguna vez –en sus comienzos- el FIT se constituyó en el centro de atención de toda la izquierda por un supuesto potencial aglutinador, está claro que ese armado entre cuatro paredes de tres direcciones partidarias está también en franca e irreversible decadencia. La propia dinámica del Frente, su autoproclamación y sectarismo sumados a un discurso apenas reformista y a una estrategia que gira en torno a lo electoral, ha generado que no sólo la mayoría de la militancia de la izquierda revolucionaria lo rechace o se distancie de manera creciente, sino que la clase trabajadora lo ignore o le sea esquiva en su inmensa mayoría.
Y eso que ha cosechado el FIT, le ocurre al resto de la izquierda, electoralista o no. La que centra sus políticas en lo electoral produce vergüenza ajena peleándose entre sí por el 2 ó el 3% de los votos y algún puestito en algún espacio legislativo. La que rechaza las urnas, muchas veces por “principios” que nada tienen que ver con el leninismo, dividida en incontables grupos y grupúsculos, también autoproclamada y sectaria, se constituye en factor de impedimento de la imprescindible construcción de la herramienta revolucionaria coherente, madura, potente, legitimada ante las masas.
Es indudable que hay que volver a empezar, es indudable que hay que comenzar a construir sobre tierra arrasada.
Algunos dirán que lo que se propone desde estas líneas es apresurado, dado que aún faltan concretarse procesos eleccionarios en varios distritos y, sobre todo, a nivel nacional. Creemos que no: el fracaso de la izquierda electoralista está en su concepción de origen, pues toda su política gira alrededor de las urnas cuando ninguna revolución se concretará por esa vía, a la que debe tomarse como meramente táctica. Además, esa estrategia obliga a aggiornar el discurso, pues lo que se buscan son votos, no concientizar contra el capitalismo y a favor del socialismo. Como si fuera poco, con esa política claudicante, logran el 2 ó el 3% de los votos posibles del padrón.
Hay que construir otra cosa
Si de verdad el objetivo de todo revolucionario es “hacer la Revolución”, entonces la obligación de todo revolucionario es crear la herramienta que pueda llevar a cabo tan faraónica tarea, que es la de guiar a la clase hacia la toma del poder, para lo cual debe legitimarse ante ella. Una herramienta semejante debe aglutinar a todos los que tienen ese objetivo. La realidad nos indica que los revolucionarios hoy y desde hace décadas venimos haciendo exactamente lo contrario, construyendo sellos, grupos y grupúsculos que compiten entre sí, al peor estilo de lo peor que produce la cultura burguesa. Y terminamos siendo marginales (no sólo del sistema, sino de la clase), insignificantes y funcionales al sistema de explotación. Para cambiar la historia debemos cambiar nosotros, y eso implica terminar con la autoproclamación, el sectarismo y la división permanentes. Implica debatir políticas sin creernos los dueños de la verdad, defendiendo lo que pensamos pero admitiendo que nuestros interlocutores tienen derecho a decir lo que piensan y pueden tener razón en lo que se discute. Implica ser tolerantes con quienes comparten nuestros mismos objetivos, aunque propongan caminos diferentes.
Por todo lo antedicho, creemos imprescindible autoconvocarnos todos los revolucionarios para construir, sino la herramienta necesaria, la perspectiva para poder hacerlo. No será fácil terminar con años de intolerancia y desconfianza. Pero es nuestra obligación llevarlo a cabo.
Para ello, proponemos algunos puntos que sirvan como disparadores:
- Reconocer el fracaso de todas las organizaciones revolucionarias para instalar la idea de la necesidad del cambio social de raíz en nuestra sociedad y particularmente en nuestra clase, a pesar de que las condiciones objetivas están dadas y hubo momentos de ruptura (como el 2001).
- Por lo tanto, es necesario darnos el imprescindible debate acerca de cómo continuar la lucha, entre todos los que tenemos como objetivo la Revolución, el Socialismo y finalmente el Comunismo.
- Nuestro enemigo es la burguesía y nunca un compañero de lucha que propone un camino diferente al nuestro.
- Acordar puntos a llevar a cabo en común, más allá de respetar las identidades de cada corriente y el derecho a desarrollar sus lineamientos fuera de los puntos de acuerdo. Uno que creemos fundamental es la Autodefensa y un Comando Único para las movilizaciones. También podría desarrollarse una Mesa de Coordinación que tenga atributos para comunicarle a la sociedad los análisis y resoluciones que allí se acuerden.
La historia de la humanidad nos enseña que ningún cambio revolucionario ha sido posible sin engendrar dentro del sistema que se quiere destruir y reemplazar, los atributos del nuevo Estado que se quiere implantar. Es hora de asumir esa tarea con coherencia e inteligencia, desandando décadas de dislates que sólo terminaron siendo funcionales a los intereses de los explotadores que decimos combatir.
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